Acaba de finalizar otro temporal en el área mediterránea que ha vuelto a ser denominado "histórico" por tantos récords batidos en altura de oleaje, vientos fuertes o intensas precipitaciones de lluvia o nieve. Entre otros detalles llama mucho la atención que, en pleno mes de enero, las cantidades de precipitación alcanzadas no desmerezcan en absoluto de valores típicos de los grandes temporales mediterráneos de otoño y que, además, vengan acompañados de una marcada actividad tormentosa. No dejan tampoco de extrañar los récords de alta presión en superficie alcanzados en varios países europeos de forma simultánea.
No voy a extenderme mucho en la evolución de esta situación a lo que ya dediqué una entrada anterior salvo destacar lo que más me ha llamado la atención de todo ello: la gran energía puesta en juego, energía que sólo puede provenir, o al menos en gran medida, de la participación de aire subtropical -o tropical- muy húmedo y relativamente cálido. Desde este punto de vista la anormalidad básica ha sido la presencia tan hacia el norte de este tipo de aire en pleno invierno. Otra cuestión que habría que dilucidar más detenidamente es su conexión con el impresionante crecimiento de la gran dorsal atlántica que dio lugar al potente anticiclón de superficie, causante de los récords de presión a que antes me refería, y que contribuyó al establecimiento de los fuertes vientos mediterráneos que tanto nos afectaron. Se podría argumentar que también apareció la nieve: es verdad, pero el aire frío del nordeste que, al converger con el aire mediterráneo-subtropical, dio lugar a las nevadas era mucho menos frío del que solía entrar en invierno hace años. Y la gran cantidad de nieve solo puede justificarse por esa clara participación de ese aire tan húmedo al que me refiero.
A mi juicio, el problema de fondo en todo ello es la frecuencia creciente de situaciones más o menos adversas o extremas en las que interviene esta masa de aire desde hace ya bastantes años, bien sea en forma de aire subtropical marítimo causante de grandes o intensas precipitaciones o de aire subtropical continental, origen en buena medida de altas temperaturas o de olas de calor, incluso en meses como mayo o septiembre. Ello se complica cuando aparecen danas que siguen llegando a nuestras latitudes -no estoy seguro de si en mayor o menor frecuencia- y que encuentran un combustible -aire cálido y húmedo- cada vez de mayor "calidad" y "rendimiento" para la generación de fenómenos adversos. Las referencias a varias de estas situaciones pueden encontrarse en muchas entradas de este blog que inicié hace ya ocho años si bien, lógicamente no se trata en absoluto de ninguna información científica.
La cuestión es si todas estas situaciones tomadas en su conjunto, y desde un punto de vista climatológico, pueden constatar la realidad de una expansión hacia el norte de la atmósfera subtropical o tropical. Y si, por tanto, la Península Ibérica y Baleares no tienen ya un clima cada vez más de carácter subtropical que el que era típico de nuestras latitudes medias, y con distinto tipo de fenómenos que todavía no conocemos bien.
Puede argumentarse que estas ideas son exageradas y preguntarse si no vienen provocadas en buena medida de la gran capacidad de observación que disponemos en la actualidad y de la rapidez con que la información fluye, e incluso a veces se magnifica. Desde mi experiencia de muchos y muchos años de observar prácticamente a diario las evoluciones atmosféricas pienso que, aunque algo haya de todo ello, existen señales claras de que las circulaciones atmosféricas están cambiando en nuestras latitudes y de que a veces no son ya las borrascas "de toda la vida" las que generan los fuertes temporales sino estas potentes incursiones del aire tropical que a veces, eso sí, pueden ser moduladas o parcialmente redirigidas por esas borrascas.
En cualquier caso es verdad que estas cuestiones no puede estar basada en opiniones de aficionados o blogueros; por eso desde hace tiempo vengo reclamando una potente iniciativa a nivel gubernamental -Ministerios de Ciencia e Innovación, de Universidades, y de Transición Ecológica- para establecer un plan estatal de investigación de la evolución atmosférica en España. Me consta que hay departamentos universitarios que están en ello, pero creo que son pocos y, por lo que me llega, dotados en general de pocos recursos.
Es necesario comprobar científicamente esa evolución en el contexto del cambio climático para decidir la mejor forma de convivir con ella -aparte por supuesto de seguir luchando por la disminución drástica de la emisión de dióxido de carbono y otros gases- y ver qué medidas hay que adoptar desde muchos puntos de vista: protección civil, ambiental, económico, urbanístico....y tantos y tantos otros. Incluso es posible que los meteorólogos tengamos que revisar algunos modelos conceptuales de fenómenos atmosféricos o de técnicas de predicción. Lo que en cualquier caso no se puede hacer es mirar hacia otro lado o enfocar todo ello desde una visión reduccionista o cortoplacista. Nos jugamos mucho.