Las predicciones se han cumplido; se formó la borrasca fría que se preveía desde hace varios días y AEMET emitió, además de los avisos específicos del plan Meteoalerta, un aviso especial de nevadas para amplias zonas de la Península. Sin embargo, han vuelto a producirse graves problemas de tráfico sobre todo en la autopista radial de Madrid a La Coruña, fundamentalmente en zonas de su recorrido por las provincias de Ávila y Segovia, cercanas en general al límite con la de Madrid, áreas para las que, si no me equivoco, había un aviso de nivel naranja, además del aviso especial.
(Foto: Susana Ramos/El Mundo) |
Tal como voy observando, las reacciones en medios y en redes sociales van dirigidas básicamente en dos direcciones: la imprevisión -o falta de medios- de los responsables de la autopista (de peaje) y la imprevisión de los automovilistas por haber salido en esta situación sin llevar al menos cadenas o neumáticos de invierno. En cuanto al primer planteamiento, al no tener conocimiento de la gestión y la operación de la empresa responsable y de su coordinación con medios estatales, no puedo opinar demasiado, aunque es evidente que algo importante está fallando. Es una situación para la que existía muy buena información y que, por desgracia, no es en absoluto desconocida.
Sí quiero detenerme algo más en el comportamiento de los automovilistas. ¿Cabe pensar que si durante la mañana de ayer, día de Reyes, hubiera llegado a sus móviles un mensaje en el que se comunicara la importancia de la situación meteorológica, acompañada con las posibles repercusiones en el tráfico y las recomendaciones específicas a tener en cuenta, se hubieran puesto en camino? Probablemente algunos, acuciados por las prisas o bajo un planteamiento muy optimista, lo hubieran hecho, pero estoy seguro que otros muchos hubieran aplazado su viaje o buscado otras alternativas. Es verdad que la gran mayoría de los conductores eran conscientes de que podía nevar, e incluso algunos que el aviso era naranja en algunas zonas, pero es claro -y esto se entendió en Estados Unidos hace mucho tiempo- que las personas necesitamos tener en este tipo de situaciones, no sólo la información meteorológica sino, unida a ella, y como decía antes, información sobre los impactos que se pueden originar en nuestras actividades -y muy especialmente en el tráfico- y recomendaciones claras y específicas sobre las mejores acciones a adoptar. Y todo ello, recibido fundamentalmente como mensaje en los teléfonos móviles de todas aquellas personas que decidieran recibir esta información y que, si se hace una eficaz campaña de información y difusión, serían la mayoría.
Ya he comentado con frecuencia mi opinión de que la planificación y la operación de los avisos meteorológicos no es sólo cuestión de meteorólogos o de responsables de Protección Civil, sino también de psicólogos sociales y expertos en comunicación. Y de que, con su colaboración, debe ser revisado el Plan Meteoalerta incluyendo además una revisión profunda de los umbrales y definiciones de los distintos avisos. Además, para que esa revisión sea eficaz, creo que sería importante contar con la propia experiencia de las personas que se han visto afectadas mediante encuestas -aunque no sean perfectas- con preguntas tales como: ¿qué imformación tenía?, ¿le resultaba clara?, ¿tuvo conciencia de que corría un riesgo?.. Y si la tenía...¿por qué decidió correrlo? Son estas informaciones, obtenidas cada vez que las personas se ven afectadas por situaciones de este tipo, las que pueden iluminar claramente los cambios a adoptar, cambios de los que siempre se habla cuando ocurren este tipo de situaciones pero que luego suelen quedar en el olvido.
Y una última reflexión sobre la decisión recientemente adoptada de poner nombres a determinadas borrascas. En este caso la borrasca que nos afecta no ha recibido ningún nombre propio. Indudablemente ello está de acuerdo con el protocolo adoptado por los Servicios Meteorológicos de Francia, Portugal y España en el que se contempla que, por ahora, sólo se nombrarán las borrascas que sean muy profundas y puedan generar fuertes vientos sin incluir, al menos por ahora, a las mediterráneas. Sin embargo, el planteamiento que se hizo en Estados Unidos al poner nombre a las grandes borrascas invernales era que, la población estaría mas atenta y receptiva a las informaciones meteorológicas; algo sobre lo que yo siempre he albergado dudas de que ocurriera una vez transcurrida la novedad. En cualquier caso, ¿habrían sido aquí las cosas distintas si la borrasca que nos afecta hubiera sido "bautizada"? Lo dudo pero, sí así fuera, ¿por qué no nombramos también a las borrascas que pueden desencadenar importantes temporales de lluvia y de nieve?
Creo que la restricción de sólo nombrar a las borrascas que pueden dar fuertes vientos y además obviando, al menos por ahora, a las mediterráneas, puede ir bien en aquellos países donde están más acostumbrados a la nieve y no están sujetos en general a fuertes lluvias convectivas y fenómenos asociados (recordemos el tornado de ayer en el campo de Dalías en Almería), pero en el caso de España, más afectada por danas y borrascas frías, y con un mar Mediterráneo, buen generador de borrascas, pequeñas pero a veces muy intensas, el planteamiento debe de ser otro. Sé que se está trabajando en ello, que no es un tema fácil y que los acuerdos internacionales son muy difíciles, pero si aún así se decide el "bautismo"... pregunto ¿no hubiera sido mejor esperar a una decisión de la OMM o al menos a un acuerdo de todos los países europeos? Y sí, sé que la respuesta no es fácil pero me parece importante plantearla.