Estamos en plena ola de calor, quizás algo adelantada a su periodo normal de ocurrencia que suele ser entre los famosos "15 de julio a 15 de agosto". No obstante, adelantada no quiere decir desconocida, porque, tal como nos recuerda oportunamente en un tweet de ayer mismo César Rodriguez Ballesteros, desde el año 1975 hasta la actualidad se han dado en junio no menos de siete situaciones que pueden calificarse como "ola" de acuerdo con la definición recientemente aceptada por la Agencia Estatal de Meteorología.
Mañana empieza julio; aún con un ligero y parcial "desfallecimiento" entre el miércoles y el jueves, la situación de agobiante calor parece que va a seguir con nosotros al menos durante la primera decena del mes, un mes caracterizado, justamente por los intensos calores. Como vengo haciendo desde la publicación de mi libro Meses y tiempos. Una visión personal de la meteorología de España, copio a continuación una parte del capítulo dedicado a cómo suele comportarse climatológicamente este mes y, a continuación, por su actualidad otro fragmento del mismo libro sobre las olas de calor.
Visión de julio
Julio es ya pleno verano
si bien el tiempo de luz solar comienza a descender tras el máximo del
solsticio de junio de forma que el tiempo de iluminación desciende en cuarenta
minutos respecto a junio. En cualquier caso, el calor acumulado en la tierra da
lugar a que en este mes, sobre todo en su segunda mitad, se registren las
temperaturas más altas del año:
Por
Santiago, los sudores te ahogarán en un mar de calores
algo que puede suceder
también, aunque con menor probabilidad, durante los primeros días de agosto. La
temperatura media del mes es de 23,4ºC, más de 3 por encima de la de
junio. Por su parte, la precipitación
media desciende a 23 mm, 13 menos que el mes anterior y proviene en general de las tormentas que
puedan aparecer pero que, salvo diluvios puntuales, dejan pocas cantidades de
precipitación. Así lo refleja el refranero:
Por mucho
que quiera ser, en julio poco ha de llover
O también:
Julio
normal, seca el manantial
Mientras, en el campo se trabaja de sol a sol
-y a veces más aún- en la cosecha de los cereales:
Dice el
labrador al trigo: en julio te espero, amigo
En los ambientes urbanos se vive una mezcla de
agobio por el calor y la contaminación ambiental -a la que contribuye el
aumento del ozono troposférico tan común en estas fechas-, y una sensación de
liberación para muchos por el periodo vacacional que ya se comienza a disfrutar
o está a punto de hacerse. Además de las visitas a las playas, es el momento
también de excursiones por alta montaña ya que en esta época es cuando está
libre de nieves y es más probable encontrar tiempo seco y sin nubes… si bien
este refrán es bastante pesimista al respecto:
El verano en la alta montaña comienza en Santiago (día
25) y acaba en Santa Ana (día 26)
En cualquier caso siempre
hay que estar atentos a la posible ocurrencia de tormentas que en zonas
montañosas suelen ser en esta época muy intensas.
Sin embargo, muchas
personas prefieren la tranquilidad del ambiente rural con largas siestas…y
quizás con algunos ruidos de fondo:
En julio es
gran tabarra el canto de la cigarra
Pero, tras el fuerte calor
del día, y salvo la aparición de olas de calor, las noches y madrugadas de
estío suelen ser muy agradables, lo que anima a la celebración de muchos
festivales y celebraciones al aire libre.
Si julio viene normal, su
ciclo climatológico es sencillo. Durante los primeros días del mes, incluyendo
frecuentemente la celebración de San Fermín (el día 7), pueden darse todavía
temperaturas algo frescas así como algunas lluvias sobre todo por el tercio
norte. Suelen estar provocadas por el paso de los extremos de algunos frentes
atlánticos que son en general de escasa importancia:
La lluvia de
San Fermín, en unas horas da fin
Ya desde el comienzo de la
segunda decena, las temperaturas suelen subir de forma implacable. Para la
Virgen del Carmen (16 de julio), el calor suele ser muy fuerte abriéndose así el periodo conocido
de “virgen a virgen” hasta la Virgen de agosto (el día 15 de ese mes) en el
que:
De Virgen a
Virgen, el calor aprieta de firme
Para los muy calurosos, el
único consuelo puede ser la entrada de un poco de aire fresco del noroeste tras
el paso de algún débil frente atlántico. De una menor o mayor frecuencia de
esos pasos, o de una actividad más frecuente de lo habitual de alguna DANA,
depende que julio pueda ser calificado de normal o de algo fresco. Lo opuesto
sería las entradas frecuentes de aire norteafricano en las que el calor se hace
agobiante originando entonces un mes de julio más cálido de lo normal y en el
que hay que tomar serias precauciones:
Julio
caliente, quema al más valiente
Las principales efemérides
de julio se refieren, como no puede ser de otra manera, a las tormentas con sus
distintas manifestaciones de severidad o a las altas temperaturas. No obstante,
muy de tarde en tarde, el aire frío unido a una vaguada que penetra hacia el
sur más de lo climatológicamente normal, provoca alguna caída térmica significativa. Así, el 11 de julio de 1993, una entrada fría con unos 8ºC a 850 hPa dio
lugar a heladas débiles en el norte de Castilla y León y temperaturas mínimas
en cualquier caso muy bajas en algunas de sus capitales, como por ejemplo 0,1ºC
en Burgos y 1 en Palencia.
Por lo que respecta a los grandes ascensos térmicos, hay que
destacar en primer lugar la situación de los primeros días de julio de 1994 tanto en la Península y Baleares
como en Canarias. La expansión en todas direcciones de una gran dorsal térmica
africana provocó que se alcanzaran valores extremos sobre todo el día 4.
Durante esta jornada Murcia alcanzó los 47,2ºC, valor que constituye el récord
absoluto de temperatura máxima en los observatorios principales españoles;
también se registraron valores por encima de 45º en varias localidades incluso
de Canarias. Así este día, 4 de julio de 1994, puede considerarse como uno de
los días más cálidos del siglo XX en España. Otra situación a recordar fue la
del 23 al 25 de julio de 1995 cuando
Sevilla y Córdoba alcanzaron los 46,6ºC. En cualquier caso son muchas las
situaciones de julio en que se alcanzan de forma relativamente amplia los 43 y
44 grados e incluso los 45.
Existen, sin embargo,
otras en las que las temperaturas más altas se alcanzan sólo en zonas muy
concretas debido a la interacción orografía-viento o a la influencia de algunas
ondas gravitatorias de pequeña escala. Si estos fenómenos ocurren sobre una
masa aérea general muy recalentada previamente, los valores registrados son muy
altos. Así el 13 de julio de 1975 el
viento del sur hizo llegar los termómetros a 44ºC en Balmaseda, en el País
Vasco, mientras que el terral llevó a
Málaga hasta los 44,2º el 18 de julio de
1978. Por su parte, el ponent es
responsable de altos valores en algunas zonas de la Comunidad Valenciana. Así
ocurrió el 23 de julio de 2009 en
zonas del prelitoral valenciano con valores que superaron los 44ºC. Por otra
parte es muy curiosa la situación que se dio en Melilla el 23 de julio de 2001 cuando sufrió dos subidas bruscas de
temperatura; en la primera, a las 08h 24m, el termómetro subió 17ºC, pasando de
24ºC a 41ºC; después, a las 10h, el fenómeno volvió a repetirse ocasionando
esta vez una subida de 15 ºC. Aunque no se llegó a conocer del todo la causa
última del fenómeno parece que puede atribuirse a reventones cálidos provocados por tormentas cercanas o bien a la
acción de un tren de pequeñas ondas gravitatorias. Ambos fenómenos pueden
producir compresiones y aumentos bruscos de la temperatura del aire aunque
siempre de forma local.
Baleares tiene también múltiples
episodios de temperaturas muy altas en julio, tales como el del 3 y 4 de julio de 1994 cuando llegaron a
alcanzarse los 44,2º en alguna población del interior de Mallorca o la del 23 de julio del 2009 cuando se rebasaron
los 42. Y por lo que respecta a Canarias,
las invasiones africanas hacen que en julio se rebasen con frecuencia los 40º C
en zonas de medianías de las islas más montañosas, aunque también pueden
registrarse en las más orientales dada su mayor cercanía al continente. Así
ocurrió el 25 de julio de 2004 cuando
Lanzarote alcanzó los 42,9ºC. Otras fechas de julio con temperaturas muy altas
en el archipiélago fueron las del 24 de
julio del 2004 o las del 29 de julio del 2007.
Por lo que respecta a las tormentas, su propia naturaleza de
dispersión en el espacio y en el tiempo hace difícil encontrar efemérides
absolutas fiables en cuanto a cantidad e intensidad de sus precipitaciones. Con
bastante facilidad se encuentran valores cercanos a los 100 mm en muy poco
tiempo o que incluso los superan como fue el caso del 30 de julio de 2011 cuando una tormenta descargó sobre Barcelona
178 mm, de los cuales 30 se recogieron en diez minutos. Otro ejemplo es el 2 de julio de 1991 cuando Teruel
registró más de 82 mm fruto de otra tormenta.
Pero si importantes son
las cantidades e intensidades, no lo son menos los graves fenómenos y efectos
asociados a estas tormentas. Los casos de precipitaciones de granizos de gran tamaño –piedra- son muy
abundantes en julio con la aparición de ejemplares de varios centímetros de
diámetro que a veces asolan a una comarca entera. Así ocurrió por ejemplo el 5 de julio de 1977 cuando nada menos que
32 términos municipales de Navarra, La Rioja y la Rioja alavesa se vieron
afectados por tremendas granizadas. O la del 25 de julio de 1986 cuando sobre las comarcas del sur de Valencia y
norte de Alicante cayeron “piedras” de 12 cm de diámetro y 300 gramos de peso.
También los tornados van poco a poco apareciendo en
las efemérides. Hasta la fecha, el más importante parece ser el del 23 de julio de 2003 cuando un fenómeno
de este tipo, categorizado como F3 en la escala de Fujita, afectó al municipio
de Valdeagorfa en Teruel, con una trayectoria de unos 12 km provocando grandes
daños en plantaciones de olivos y almendros.
Del mismo modo que los
tornados, los mayores conocimientos del público, sobre todo de los aficionados
a la meteorología, y los excelentes y extendidos sistemas de registro
meteorológicos y fotográficos, han dado lugar a la documentación de otros fenómenos ligados a tormentas y en
general poco conocidos, tales como los reventones
cálidos, a los que antes hacía referencia con relación a Melilla. No son
sino desplomes de aire desde las bases de cumulonimbos hacia el suelo en
algunas situaciones muy concretas de inestabilidad atmosférica. En ese
descenso, la masa aérea se calienta con gran rapidez produciendo ascensos muy
bruscos de la temperatura y acompañados a veces de fuertes vientos. Ejemplos de
estos fenómenos, junto con el ya descrito de Melilla, fueron los ocurridos los
días 2 de julio de 1995 y 16 de julio de
2005 en zonas de la provincia de Murcia.
Las olas de calor (fragmento)
Al igual que en el caso de
las olas de frío, las llamadas olas de
calor han creado siempre una cierta desazón a los comunicadores
meteorológicos debido a la ausencia de una definición concreta y a la presión
mediática para que se diga sí un periodo concreto de temperaturas elevadas es o
no una “ola”. Ante la reticencia a aplicar ese calificativo por los
profesionales, los medios han optado a veces por recurrir a otros tipos de
fuentes, dando lugar a algunas
confusiones y malentendidos en situaciones con un riesgo potencial incluso para
la salud. Afortunadamente, y como vamos a ver a continuación, se van imponiendo
poco a poco una serie de criterios identificativos que apuntan ya al
establecimiento de una definición unívoca y objetiva de estas situaciones.
a)
¿Qué es una ola de calor?
La expresión “ola de
calor” suscita en muchas personas una sensación de gran bochorno, cansancio
excesivo y con frecuencia recuerdos de noches sin dormir o durmiendo muy poco.
Si hubiera que sacar un factor común de lo que la gente entiende por esta
expresión sería la de un conjunto de días en que las temperaturas diurnas y
nocturnas son muy elevadas quedando por encima de los valores normales del mes
en cuestión y haciendo difícil recuperarse por las noches del cansancio y
laxitud generados durante el día. Indudablemente esa es la sensación de la
“ola” pero no sirve como definición de referencia. Tampoco ayuda mucho la
ofrecida por la Organización Meteorológica Mundial: “Calentamiento importante
del aire, o invasión de aire muy caliente, sobre una zona extensa; suele durar
de unos días a unas semanas”. Ante esta situación, y quizás influidos por el
deseo de poder ser más categóricos ante la presión mediática en un país
tan propenso a estos fenómenos como España, nuestros climatólogos han ido
efectuando algunas aproximaciones. Así, se ha definido el día de calor extremo (DCE) como aquel en el que la temperatura
máxima supera el percentil 95 de la serie de temperaturas máximas diarias de
los meses de junio, julio y agosto. Si bien esta definición ya aborda parte del
problema, no es una definición de ola de calor. Creo que la más lograda hasta
el momento, al igual que para las olas de frío, es la presentada por Cesar
Rodríguez Ballesteros, responsable del Banco de Datos de AEMET, quien en su
artículo Olas de calor y de frio en
España desde 1975 publicado en el Calendario
Meteorológico 2013 de AEMET, define como tal a “un episodio de al menos
tres días consecutivos en que como mínimo el diez por ciento de las estaciones
consideradas registran máximas por encima del percentil del 95% de su serie de
temperaturas máximas diarias de los meses de julio y agosto del periodo
1971-2000”.
Desde mi punto de vista se
trata de una definición que, aún siendo arbitraria como todas las definiciones,
tiene en cuenta factores clave tales como lo extraordinario de los valores
registrados, la exclusión de fenómenos locales y la duración. Además, aporta
una serie de parámetros comparativos de gran valor como por ejemplo la temperatura máxima de la ola que es
la media de las temperaturas máximas del día más cálido de los observatorios
que se consideren o la anomalía de la ola
que, a su vez, es la media de las anomalías de las distintas estaciones sobre
su temperatura umbral. Es verdad que, en sentido estricto, sería interesante
tener en cuenta también el comportamiento de las temperaturas mínimas, pero hay
que reconocer que los cálculos se complicarían demasiado y que, en la práctica,
añadiría poca información ya que es muy difícil que, si se cumplen las
condiciones umbrales dadas de valores de las máximas y de duración del periodo,
las noches no sean también muy cálidas. Pues bien, de acuerdo con esta
definición, vamos a repasar las principales olas de calor en España desde 1951
hasta el 2013.
b)
Principales olas de calor
en España desde mediados del siglo XX.
Según el artículo antes
citado, la ola de calor más importante en la Península y Baleares desde 1975 es
la que se extendió desde el 30 de julio
hasta el 14 de agosto de 2003. Tuvo una duración de 16 días –cuando la que
la sigue sólo tuvo 8-, afectó prácticamente a todas las zonas geográficas y presentó
una anomalía de 3,7ºC, muy poco por detrás de la de 1987 que fue de 4ºC. Esta
ola afectó también a gran parte de Europa donde ha sido considerada una de las
diez catástrofes naturales más importantes de los últimos cien años.
Otras importantes olas de
calor desde ese año 1975 fueron las del 11
al 16 de agosto de 1987 con una anomalía de 4ºC y una temperatura máxima de
ola de 37,5ºC; la del 8 al 11 de agosto
de 2012 con anomalía de 3,8 y 38,6
de temperatura máxima de la ola; la del 5
al 9 de julio de 1982 con anomalía de 3,5 y máxima de la ola de 38,5 o la
del 17 al 24 de julio de 1995 con
anomalía de 3,3ºC y máxima de ola de 39,1ºC.
Por lo que respecta a Canarias, algunas de las más
significativas fueron las del 7 al 16 de septiembre de 1987 con una anomalía de
6,7ºC y una máxima de ola de 35,4ºC, la del 5
al 15 de agosto de 1976 con una anomalía de 6,1ºC y una máxima de ola de
35,3ºC, la del 23 al 29 de julio de 2004
con 6,9 y 36,2 o la del 25 al 27 de junio
de 2012 con 7,1 y 39 si bien ésta sólo afectó a la provincia de Las Palmas.
Para los años comprendidos
entre 1951 y 1975 y siguiendo otros
datos de Rodríguez Ballesteros, pueden señalarse para la Península y Baleares, -tomando sólo las de duración igual o
superior a cinco días- las del 20 al 25
de agosto de 1955, 30 de julio al 6 de agosto de 1957, 26 al 30 de agosto de
1962, 18 al 22 de julio de 1967 y 18 al 23 de julio de 1969. Del mismo modo
en Canarias no aparece ninguna con
duración superior a cuatro días, de modo que con tres puede señalarse la del 19 al 21 de agosto de 1966 y con
cuatro la del 11 al 14 de julio de 1952.
Por otra parte, y a nivel
puramente anecdótico, hay que hacer referencia a la que tradicionalmente se ha
considerado la más importante ola de calor que ha afectado a la Península
Ibérica: fue la registrada entre el 25 de julio y el 7 de agosto de 1876 cuando
en Sevilla se anotaron 51ºC el 30 de
julio, si bien este valor concreto es actualmente muy discutido tanto por la
instrumentación utilizada como por la forma de efectuar la medida
c)
Los mecanismos de una ola
de calor
Salvo las situaciones de
aumento de temperaturas regionales o locales provocadas por efectos tipo foëhn
a los que más adelante me referiré, los períodos más o menos prolongados de
temperaturas altas que pueden llegar a categorizarse como olas de calor en la
Península Ibérica y Baleares están ligados al establecimiento en los meses de
junio, julio o agosto de una gran cúpula de aire cálido –en términos más
meteorológicos una dorsal anticiclónica- que se expande hacia el norte desde
África. A veces su trata de una dorsal muy amplia que abarca desde Azores hasta
Córcega y Cerdeña, mientras que en otras es menos amplia y más aguda. En el
primer caso la estabilidad se extiende por todas las regiones durante bastantes
días, mientras que en la segunda las zonas afectadas son menos, si bien la
entrada cálida puede ser más intensa y avanzar más hacia el norte. Es en estas
ocasiones cuando las anomalías positivas de las temperaturas alcanzadas son
mayores, ya que la situación afecta a zonas usualmente más frescas.
Pues bien, en situaciones
de este tipo son tres las causas que contribuyen al marcado ascenso de las
temperaturas. La primera es la propia
naturaleza de la masa aérea ya de por sí bastante cálida, tanto por su
origen meridional como por los movimientos subsidentes en algunas de sus zonas
que calientan el aire en su descenso hacia las capas cercanas al suelo. La
segunda es la preponderancia de cielos
despejados que dan lugar a una abundante insolación. Por último, la tercera
es la estabilidad generalizada, que
inhibe, o al menos dificulta mucho, los movimientos verticales del aire. De
esta forma no se produce ningún tipo de ventilación y el aire en contacto con
la superficie de la tierra se recalienta continuamente sin renovarse y
aumentando por tanto su temperatura. Aunque por la noche cesa la radiación
solar, la estabilidad permanece y, si bien se da un cierto enfriamiento
nocturno, no es en absoluto suficiente para compensar el intenso calentamiento
diurno. Si a todo lo expuesto se añade la normalmente prolongada duración de
estas situaciones que a veces han llegado a extenderse a varias semanas, pueden
comprenderse fácilmente el nivel de adversidad que a veces pueden alcanzar
estos fenómenos.
En estos casos sólo
aquellas zonas ubicadas en la costa o en zonas montañosas pueden tener un
cierto alivio. En el primer caso, el aire cálido no suele estar en contacto
directo con la superficie del mar, sino que suele existir sobre ella un cierto
“colchón” de aire fresco y húmedo muy difícil de desalojar por la gran masa
cálida; ello, unido al mecanismo de la brisa, provoca unas condiciones térmicas
mucho más agradables. Sin embargo, esta masa más fresca tiene muy poca
extensión vertical y horizontal, por lo que en cuanto se abandona la zona
costera aparecen las condiciones de agobio térmico. Por lo que respecta a las
montañas y a sus cercanías, el calentamiento y enfriamiento diferencial
provocados por su presencia origina movimientos ascendentes y descendentes del
aire a ciertas horas del día que ayudan a establecer una ventilación y por
tanto un alivio. En el resto de las zonas sólo cabe esperar que una cierta
desestabilización de la atmósfera provocada por la entrada de alguna pequeña
onda con algo de aire frío en su seno, genere algunos movimientos ascendentes,
de modo que la masa de niveles bajos se renueve, al menos parcialmente. En ese
caso, como la humedad en las capas bajas es mínima no llegan a formarse nubes o
si lo hacen tienen la base muy alta. No suelen aparecer tormentas y si lo hacen
dan muy poca precipitación. Lo que sí pueden originar son bruscos descensos de
aire desde el interior de la nube que, a su vez, pueden dar lugar de forma
local y transitoria a fuertes ráfagas de viento que levantan gran cantidad de
polvo del suelo dando lugar a una mayor sensación de sofoco. Este tipo de
tormentas –cuando se dan- son las mal llamadas tormentas de calor a las que ya me referí en un capítulo anterior.
La finalización de una
situación de este tipo –y por tanto de la ola de calor- suele tener como causa
la entrada de aire atlántico. Una posibilidad puede ser la llegada de una
vaguada marcada en el seno de los ponientes que logra erosionar o desplazar
hacia el sur a la cúpula anticiclónica. Otra, la llegada de una DANA que ha
permanecido en situación semiestacionaria al oeste y que en un momento dado se
pone en movimiento hacia el este. Tanto en una como en otra evolución suelen
aparecer bastantes tormentas en el interior peninsular, salvo en el caso de que
la circulación de viento asociada a la vaguada provoque tal cizalladura
vertical que sea capaz de inhibir la formación de cumulonimbos. Si ocurre así
se provoca un refrescamiento general sin precipitaciones que se hace más
sensible a causa del viento que suele estar presente.
En el caso de dorsales
estrechas y elongadas, existe la posibilidad de que sean erosionadas por su
flanco oriental por una vaguada o DANA en circulación norte-sur, que trae al
Mediterráneo aire fresco centroeuropeo, y que da lugar a una situación del
viento del nordeste sobre la Península y Baleares. Como se trata de un aire
frio y poco húmedo no suele provocar tormentas salvo en zonas costeras de
Cataluña, Baleares y norte de la Comunidad Valenciana.