De nuevo, ¿cuantas veces ya en los últimos años?, una población, en este caso Tafalla, ha sufrido importantísimos destrozos por el desbordamiento salvaje de un río -en este caso el Cidacos- en cuya cabecera las tormentas descargaron más de 100 mm en el intervalo de 4 o 5 horas. Y una vez más, los afectados - y esta vez nada menos que el alcalde- afirman que no tenía noticia de que se avecinaba una situación de este tipo.
Tafalla, julio de 2019 (Álvaro Barrientos/AP) |
No es mi intención en esta entrada ocuparme de la situación atmosférica concreta o de los avisos emitidos. Pretendo simplemente, como he hecho de forma reiterativa en algunos otros casos muy parecidos, centrarme en tres consideraciones básicas de carácter general pero que, si se aplicaran, creo que permitirían avanzar bastante en la prevención y en la autoprotección en este tipo de situaciones.
La primera de ellas es sobre los avisos específicos de tormentas. Cuando se diseñó el actual Plan de Avisos o Meteoalerta, que creo que en su versión original entró en vigor hacia el año 2006, se discutió mucho sobre este tipo de avisos. Sabemos que las tormentas tienen una distribución muy irregular, que los modelos, aunque cada vez afinan más, tienen muchas dificultades para acotar eficazmente en el espacio y en el tiempo su ocurrencia, y que, si bien el setenta u ochenta por ciento del territorio puede no sufrir daños significativos, puede haber algunas zonas en las que, bien por las características de algunas de esas nubes tormentosas o por sus características geográficas y poblacionales, se origine una verdadera catástrofe. La cuestión a debate era: ¿Debe ponerse un aviso naranja o rojo sólo porque en una pequeña zona -a veces sin peligro, a veces despoblada- pueda ocurrir una gran precipitación torrencial? ¿O, más bien hay que referirse a la zona más amplia con un nivel más bajo si bien haciendo constar en un apartado de "observaciones" del aviso que puntualmente las precipitaciones pueden ser más intensas y dañinas?
En aquella época se tomó ese criterio aunque con la idea de que, como el resto del Plan, habría que revisarlo frecuentemente. No sé cuál es la situación en ese momento, pero la pregunta sigue abierta y sería importante una reflexión integral sobre ella: ¿Es mejor correr el riesgo de un "sobreaviso" o mejor quizás quedarnos en un "subaviso" aunque con el riesgo que eso implica? Podría argumentarse que en la primera opción podría darse un excesivo número de avisos naranjas o rojos, que perderían así su eficacia. Creo que en la práctica no sucedería y que si, dos o tres veces al año -que son las que pueden darse las situaciones más críticas-, la mitad de una provincia -o incluso la provincia entera- debe estar durante 8 o 10 horas en situación naranja o roja puede merecer la pena.
Cebolla (Toledo). Septiembre de 2018 (CLM 24) |
La segunda es sobre la difusión de estos avisos. Francamente, me cuesta mucho entender que a estas alturas no exista una aplicación de móvil por la que cualquier persona pueda recibir puntualmente avisos y actualizaciones. Eso no quiere decir que los avisos no sigan distribuyéndose por los cauces institucionales habituales, pero ha quedado claramente probado que a la gran mayoría de las personas afectadas por estas situaciones les ha llegado muy poca información y con frecuencia, ninguna. Los mensajes por móvil con un apoyo de campañas con criterios específicos de actuación, ayudaría mucho a tomas medidas de autoprotección, y más en situaciones que se desarrollan como la que nos ocupa, con una rapidez inusitada.
Sant Llorenç des Cardassar, octubre 2018 (RTVE) |
La tercera es sobre el contenido de los avisos en general. Hoy por hoy son emitidos de modo sistemático por AEMET y sólo llevan información meteorológica; de hecho el establecimiento de un color concreto sólo tiene en cuenta el alcance o superación de determinados umbrales meteorológicos. Sin embargo, desde hace ya varios años, se utiliza en algún país -y es un criterio que se va extendiendo- la utilización para el establecimiento de una situación concreta- una doble escala probabilidad de ocurrencia/impacto público. Naturalmente ese impacto debe ser valorado por los expertos en protección civil. En cualquier caso, este planteamiento me lleva a reiterar una vez más que lo que sería verdaderamente útil a la población sería un mensaje unitario, claro, recibido y actualizado frecuentemente por móvil, dónde se concrete:
a) Qué va a pasar (desde un punto de vista meteorológico);
b) Cómo me puede afectar ( es decir impactos potenciales en zonas concretas) y
c) Que recomendaciones se me ofrecen para protegerme.
Es verdad que mensajes de este tipo suponen una eficaz coordinación en tiempo real de meteorólogos, hidrólogos, técnicos de protección civil y expertos en comunicación, pero estoy convencido que hacerlo supondría un paso adelante muy significativo, y seguramente muy eficaz. Naturalmente todo ello debería llevarse a cabo en el marco de un replanteamiento integral del actual Plan de Avisos o Meteoalerta y participando los distintos expertos a que antes me refería.
Si todo esto es algo que se viene ya comentando desde hace bastante tiempo y de nuevo vuelve a ponerse de actualidad cada vez que hay una catástrofe de este tipo, ¿Por qué -al menos hasta donde yo sé- no se actúa? ¿No se considera que el problema es lo suficientemente grave? ¿Se piensa que todo ésto sólo son buenas palabras e intenciones y nada se puede hacer? ¿Se considera muy complejo llevarlo adelante ya que involucra al menos a dos Ministerios (Interior y Transición Ecológica) y a las Comunidades Autónomas? No lo sé; lo único que sé es que no podemos quedarnos cruzados de brazos esperando a la próxima inundación. Al menos inténtese, tampoco cuesta tanto.