Vuelven a surgir estos días en los medios expresiones como "tormentas de calor propiciadas por las altas temperaturas", algo que, en mi opinión, no es muy adecuado desde el punto de vista conceptual. Por eso me parece oportuno transcribir a continuación algo que ya escribí en este blog hace cinco años, aunque con algún ligero retoque.
En el tiempo veraniego el chorro polar asciende de latitud y por tanto es difícil que sus borrascas afecten a la Península Ibérica. Lo habitual es que predomine sobre ella una gran masa de aire cálido y estable extendiéndose desde el norte de África y dando lugar a un tiempo seco y caluroso. En superficie reina el anticiclón, si bien sobre el centro de la Península la presión baja algo por efecto de ese calor lo que origina una entrada de aire del este-sureste, el llamado viento “solano” en el interior peninsular, que con su sequedad aviva aún mas la sensación de agobio. A veces, el extremo de un frente frío roza el área Cantábrica pudiendo afectar ocasionalmente al resto de la mitad norte. Si lo hace, aparecen tormentas y las temperaturas se suavizan un par de días.
Sin embargo hay una situación veraniega que es la que origina las incidencias meteorológicas más significativas y que, además es la que suele dar más problemas a los predictores. Tiene lugar cuando una débil vaguada o pequeña dana atlántica en niveles medios-altos de la atmósfera, proveniente de un remonte tropical-subtropical, o descolgada de la circulación del chorro que queda muy al norte, y con algo de aire frío en su interior, se acerca lentamente desde el área de Azores-Madeira hacia la Península. Delante de ella predominan los vientos del sur con aire cálido de carácter tropical o subtropical. Si la vaguada está lo suficientemente cerca, este aire proviene del norte de África y llega muy seco con polvo en suspensión. El cielo se torna blanco-plomizo y la sensación de bochorno y agobio es total. Se suelen registrar temperaturas muy altas que, normalmente, pueden ser las más altas del verano si la situación ocurre en la segunda quincena de julio o en los primeros días de agosto.
Unas veces la vaguada se queda estacionaria en esa posición y se suceden los días de temperaturas muy altas: estamos en una ola de calor o, al menos en un periodo de temperatura elevadas. Otras, la vaguada se mueve hacia el oeste o noroeste de la Península con dirección hacia Francia o las Islas Británicas dando lugar a que, tras ella, entre sobre España aire atlántico más fresco limpiando el ambiente y suavizando las temperaturas. La tercera posibilidad es que la vaguada o pequeña (pequeñísima a veces) dana se acerque mucho o finalmente se decida a atravesar la Península dando lugar a una amplia y potente actividad tormentosa.
Este tipo de tormentas no ligadas a frentes o a borrascas frías se las llama a veces “tormentas de calor”. La idea popular que subyace en esa denominación es que “ha hecho tanto calor que al final las tormentas han saltado”. No es así; en una masa de aire cálida y estable a todos los niveles no “saltan” espontáneamente las tormentas. En ese caso tendríamos tormentas en muchos o todos los días del verano. Lo que a veces ha llevado a esa conclusión es que, justamente durante los dos o tres días anteriores, las temperaturas han sido muy altas al reforzarse la entrada de aire del sur o del sureste por el acercamiento de la perturbación en altura.
Un recordado meteorólogo español -García de Pedraza- decía que las tormentas necesitan “pies calientes y cabeza fría”. Es decir, es necesario que aparezca algo de aire más frío -aunque no sea mucho ni extenso- por las capas medias y altas de la atmósfera de modo que el aire cálido de las capas bajas pueda ascender y formar las nubes tormentosas. A veces, incluso ocurriendo esto, la humedad del aire que asciende es tan baja que las nubes que se forman tienen su base muy alta y difuminada entre la calima y sólo aparecen algunos amagos tormentosos con alguna actividad eléctrica… los también mal llamados “relámpagos de calor” o "fucilazos".
Por tanto, desde mi punto de vista, no hay estrictamente “tormentas de calor”. Hace falta además que algo ocurra “por arriba” que ayude a subir a la masa cálida de "abajo". Lo que pasa es que a veces es tan poco definido que sólo se ve si se hace un análisis adecuado de los mapas previstos a más de 9000 metros de altura o, sobre todo, mediante una eficaz interpretación de las imágenes de Meteosat, sobre todo en el canal de absorción de vapor de agua. Es probable, por tanto, que el término se acuñase en tiempos anteriores a los satélites al no disponer de informaciones que pudieran explicar la génesis de estas tormentas en un ambiente aparentemente anticiclónico a todos los niveles.
En cualquier caso las “tormentas de calor” y los “relámpagos de calor” forman parte de la tradición veraniega española. Esas denominaciones tienen su encanto, -a mi me gustan- y no es mi intención luchar contra ellas. Deseo únicamente que no den lugar a conceptos equivocados.