30 de junio de 2015

Julio y las olas de calor

Estamos en plena ola de calor, quizás algo adelantada a su periodo normal de ocurrencia que suele ser entre los famosos "15 de julio a 15 de agosto". No obstante, adelantada no quiere decir desconocida, porque, tal como nos recuerda oportunamente en un tweet de ayer mismo César Rodriguez Ballesteros, desde el año 1975 hasta la actualidad se han dado en junio no menos de siete situaciones que pueden calificarse como "ola" de acuerdo con la definición recientemente aceptada por la Agencia Estatal de Meteorología.

Mañana empieza julio; aún con un ligero y parcial "desfallecimiento" entre el miércoles y el jueves, la situación de agobiante calor parece que va a seguir con nosotros al menos durante la primera decena del mes, un mes caracterizado, justamente por los intensos calores. Como vengo haciendo desde la publicación de mi libro Meses y tiempos. Una visión personal de la meteorología de España, copio a continuación una parte del capítulo dedicado a cómo suele comportarse climatológicamente este mes y, a continuación, por su actualidad otro fragmento del mismo libro sobre las olas de calor.





Visión de julio

Julio es ya pleno verano si bien el tiempo de luz solar comienza a descender tras el máximo del solsticio de junio de forma que el tiempo de iluminación desciende en cuarenta minutos respecto a junio. En cualquier caso, el calor acumulado en la tierra da lugar a que en este mes, sobre todo en su segunda mitad, se registren las temperaturas más altas del año:

Por Santiago, los sudores te ahogarán en un mar de calores

algo que puede suceder también, aunque con menor probabilidad, durante los primeros días de agosto. La temperatura media del mes es de 23,4ºC, más de 3 por encima de la de junio.  Por su parte, la precipitación media desciende a 23 mm, 13 menos que el mes anterior y  proviene en general de las tormentas que puedan aparecer pero que, salvo diluvios puntuales, dejan pocas cantidades de precipitación. Así lo refleja el refranero:

Por mucho que quiera ser, en julio poco ha de llover

O también:

Julio normal, seca el manantial

 Mientras, en el campo se trabaja de sol a sol -y a veces más aún- en la cosecha de los cereales:

Dice el labrador al trigo: en julio te espero, amigo

 En los ambientes urbanos se vive una mezcla de agobio por el calor y la contaminación ambiental -a la que contribuye el aumento del ozono troposférico tan común en estas fechas-, y una sensación de liberación para muchos por el periodo vacacional que ya se comienza a disfrutar o está a punto de hacerse. Además de las visitas a las playas, es el momento también de excursiones por alta montaña ya que en esta época es cuando está libre de nieves y es más probable encontrar tiempo seco y sin nubes… si bien este refrán es bastante pesimista al respecto:

El verano en la alta montaña comienza en Santiago (día 25) y acaba en Santa Ana (día 26)

En cualquier caso siempre hay que estar atentos a la posible ocurrencia de tormentas que en zonas montañosas suelen ser en esta época muy intensas.

Sin embargo, muchas personas prefieren la tranquilidad del ambiente rural con largas siestas…y quizás con algunos ruidos de fondo:

En julio es gran tabarra el canto de la cigarra

Pero, tras el fuerte calor del día, y salvo la aparición de olas de calor, las noches y madrugadas de estío suelen ser muy agradables, lo que anima a la celebración de muchos festivales y celebraciones al aire libre.

Si julio viene normal, su ciclo climatológico es sencillo. Durante los primeros días del mes, incluyendo frecuentemente la celebración de San Fermín (el día 7), pueden darse todavía temperaturas algo frescas así como algunas lluvias sobre todo por el tercio norte. Suelen estar provocadas por el paso de los extremos de algunos frentes atlánticos que son en general de escasa importancia:

La lluvia de San Fermín, en unas horas da fin

Ya desde el comienzo de la segunda decena, las temperaturas suelen subir de forma implacable. Para la Virgen del Carmen (16 de julio), el calor suele ser  muy fuerte abriéndose así el periodo conocido de “virgen a virgen” hasta la Virgen de agosto (el día 15 de ese mes) en el que:

De Virgen a Virgen, el calor aprieta de firme

Para los muy calurosos, el único consuelo puede ser la entrada de un poco de aire fresco del noroeste tras el paso de algún débil frente atlántico. De una menor o mayor frecuencia de esos pasos, o de una actividad más frecuente de lo habitual de alguna DANA, depende que julio pueda ser calificado de normal o de algo fresco. Lo opuesto sería las entradas frecuentes de aire norteafricano en las que el calor se hace agobiante originando entonces un mes de julio más cálido de lo normal y en el que hay que tomar serias precauciones:

Julio caliente, quema al más valiente

Las principales efemérides de julio se refieren, como no puede ser de otra manera, a las tormentas con sus distintas manifestaciones de severidad o a las altas temperaturas. No obstante, muy de tarde en tarde, el aire frío unido a una vaguada que penetra hacia el sur más de lo climatológicamente normal, provoca alguna caída térmica significativa. Así, el 11 de julio de 1993, una entrada fría con unos 8ºC a 850 hPa dio lugar a heladas débiles en el norte de Castilla y León y temperaturas mínimas en cualquier caso muy bajas en algunas de sus capitales, como por ejemplo 0,1ºC en Burgos y 1 en Palencia.

Por lo que respecta a los grandes ascensos térmicos, hay que destacar en primer lugar la situación de los primeros días de julio de 1994 tanto en la Península y Baleares como en Canarias. La expansión en todas direcciones de una gran dorsal térmica africana provocó que se alcanzaran valores extremos sobre todo el día 4. Durante esta jornada Murcia alcanzó los 47,2ºC, valor que constituye el récord absoluto de temperatura máxima en los observatorios principales españoles; también se registraron valores por encima de 45º en varias localidades incluso de Canarias. Así este día, 4 de julio de 1994, puede considerarse como uno de los días más cálidos del siglo XX en España. Otra situación a recordar fue la del 23 al 25 de julio de 1995 cuando Sevilla y Córdoba alcanzaron los 46,6ºC. En cualquier caso son muchas las situaciones de julio en que se alcanzan de forma relativamente amplia los 43 y 44 grados e incluso los 45.

Existen, sin embargo, otras en las que las temperaturas más altas se alcanzan sólo en zonas muy concretas debido a la interacción orografía-viento o a la influencia de algunas ondas gravitatorias de pequeña escala. Si estos fenómenos ocurren sobre una masa aérea general muy recalentada previamente, los valores registrados son muy altos. Así el 13 de julio de 1975 el viento del sur hizo llegar los termómetros a 44ºC en Balmaseda, en el País Vasco, mientras que el terral llevó a Málaga hasta los 44,2º el 18 de julio de 1978. Por su parte, el ponent es responsable de altos valores en algunas zonas de la Comunidad Valenciana. Así ocurrió el 23 de julio de 2009 en zonas del prelitoral valenciano con valores que superaron los 44ºC. Por otra parte es muy curiosa la situación que se dio en Melilla el 23 de julio de 2001 cuando sufrió dos subidas bruscas de temperatura; en la primera, a las 08h 24m, el termómetro subió 17ºC, pasando de 24ºC a 41ºC; después, a las 10h, el fenómeno volvió a repetirse ocasionando esta vez una subida de 15 ºC. Aunque no se llegó a conocer del todo la causa última del fenómeno parece que puede atribuirse a reventones cálidos provocados por tormentas cercanas o bien a la acción de un tren de pequeñas ondas gravitatorias. Ambos fenómenos pueden producir compresiones y aumentos bruscos de la temperatura del aire aunque siempre de forma local.

Baleares tiene también múltiples episodios de temperaturas muy altas en julio, tales como el del 3 y 4 de julio de 1994 cuando llegaron a alcanzarse los 44,2º en alguna población del interior de Mallorca o la del 23 de julio del 2009 cuando se rebasaron los 42. Y por lo que respecta a Canarias, las invasiones africanas hacen que en julio se rebasen con frecuencia los 40º C en zonas de medianías de las islas más montañosas, aunque también pueden registrarse en las más orientales dada su mayor cercanía al continente. Así ocurrió el 25 de julio de 2004 cuando Lanzarote alcanzó los 42,9ºC. Otras fechas de julio con temperaturas muy altas en el archipiélago fueron las del 24 de julio del 2004 o las del 29 de julio del 2007.

Por lo que respecta a las tormentas, su propia naturaleza de dispersión en el espacio y en el tiempo hace difícil encontrar efemérides absolutas fiables en cuanto a cantidad e intensidad de sus precipitaciones. Con bastante facilidad se encuentran valores cercanos a los 100 mm en muy poco tiempo o que incluso los superan como fue el caso del 30 de julio de 2011 cuando una tormenta descargó sobre Barcelona 178 mm, de los cuales 30 se recogieron en diez minutos. Otro ejemplo es el 2 de julio de 1991 cuando Teruel registró más de 82 mm fruto de otra tormenta.

Pero si importantes son las cantidades e intensidades, no lo son menos los graves fenómenos y efectos asociados a estas tormentas. Los casos de precipitaciones de granizos de gran tamaño –piedra- son muy abundantes en julio con la aparición de ejemplares de varios centímetros de diámetro que a veces asolan a una comarca entera. Así ocurrió por ejemplo el 5 de julio de 1977 cuando nada menos que 32 términos municipales de Navarra, La Rioja y la Rioja alavesa se vieron afectados por tremendas granizadas. O la del 25 de julio de 1986 cuando sobre las comarcas del sur de Valencia y norte de Alicante cayeron “piedras” de 12 cm de diámetro y 300 gramos de peso.

También los tornados van poco a poco apareciendo en las efemérides. Hasta la fecha, el más importante parece ser el del 23 de julio de 2003 cuando un fenómeno de este tipo, categorizado como F3 en la escala de Fujita, afectó al municipio de Valdeagorfa en Teruel, con una trayectoria de unos 12 km provocando grandes daños en plantaciones de olivos y almendros.


Del mismo modo que los tornados, los mayores conocimientos del público, sobre todo de los aficionados a la meteorología, y los excelentes y extendidos sistemas de registro meteorológicos y fotográficos, han dado lugar a la documentación de otros fenómenos ligados a tormentas y en general poco conocidos, tales como los reventones cálidos, a los que antes hacía referencia con relación a Melilla. No son sino desplomes de aire desde las bases de cumulonimbos hacia el suelo en algunas situaciones muy concretas de inestabilidad atmosférica. En ese descenso, la masa aérea se calienta con gran rapidez produciendo ascensos muy bruscos de la temperatura y acompañados a veces de fuertes vientos. Ejemplos de estos fenómenos, junto con el ya descrito de Melilla, fueron los ocurridos los días 2 de julio de 1995 y 16 de julio de 2005 en zonas de la provincia de Murcia.


Las olas de calor (fragmento)

Al igual que en el caso de las olas de frío, las llamadas olas de calor han creado siempre una cierta desazón a los comunicadores meteorológicos debido a la ausencia de una definición concreta y a la presión mediática para que se diga sí un periodo concreto de temperaturas elevadas es o no una “ola”. Ante la reticencia a aplicar ese calificativo por los profesionales, los medios han optado a veces por recurrir a otros tipos de fuentes,  dando lugar a algunas confusiones y malentendidos en situaciones con un riesgo potencial incluso para la salud. Afortunadamente, y como vamos a ver a continuación, se van imponiendo poco a poco una serie de criterios identificativos que apuntan ya al establecimiento de una definición unívoca y objetiva de estas situaciones.

a)     ¿Qué es una ola de calor?

La expresión “ola de calor” suscita en muchas personas una sensación de gran bochorno, cansancio excesivo y con frecuencia recuerdos de noches sin dormir o durmiendo muy poco. Si hubiera que sacar un factor común de lo que la gente entiende por esta expresión sería la de un conjunto de días en que las temperaturas diurnas y nocturnas son muy elevadas quedando por encima de los valores normales del mes en cuestión y haciendo difícil recuperarse por las noches del cansancio y laxitud generados durante el día. Indudablemente esa es la sensación de la “ola” pero no sirve como definición de referencia. Tampoco ayuda mucho la ofrecida por la Organización Meteorológica Mundial: “Calentamiento importante del aire, o invasión de aire muy caliente, sobre una zona extensa; suele durar de unos días a unas semanas”. Ante esta situación, y quizás influidos por el deseo de poder ser más categóricos ante la presión mediática en un país tan propenso a estos fenómenos como España, nuestros climatólogos han ido efectuando algunas aproximaciones. Así, se ha definido el día de calor extremo (DCE) como aquel en el que la temperatura máxima supera el percentil 95 de la serie de temperaturas máximas diarias de los meses de junio, julio y agosto. Si bien esta definición ya aborda parte del problema, no es una definición de ola de calor. Creo que la más lograda hasta el momento, al igual que para las olas de frío, es la presentada por Cesar Rodríguez Ballesteros, responsable del Banco de Datos de AEMET, quien en su artículo Olas de calor y de frio en España desde 1975 publicado en el Calendario Meteorológico 2013 de AEMET, define como tal a “un episodio de al menos tres días consecutivos en que como mínimo el diez por ciento de las estaciones consideradas registran máximas por encima del percentil del 95% de su serie de temperaturas máximas diarias de los meses de julio y agosto del periodo 1971-2000”.

Desde mi punto de vista se trata de una definición que, aún siendo arbitraria como todas las definiciones, tiene en cuenta factores clave tales como lo extraordinario de los valores registrados, la exclusión de fenómenos locales y la duración. Además, aporta una serie de parámetros comparativos de gran valor como por ejemplo la temperatura máxima de la ola que es la media de las temperaturas máximas del día más cálido de los observatorios que se consideren o la anomalía de la ola que, a su vez, es la media de las anomalías de las distintas estaciones sobre su temperatura umbral. Es verdad que, en sentido estricto, sería interesante tener en cuenta también el comportamiento de las temperaturas mínimas, pero hay que reconocer que los cálculos se complicarían demasiado y que, en la práctica, añadiría poca información ya que es muy difícil que, si se cumplen las condiciones umbrales dadas de valores de las máximas y de duración del periodo, las noches no sean también muy cálidas. Pues bien, de acuerdo con esta definición, vamos a repasar las principales olas de calor en España desde 1951 hasta el 2013.

b)    Principales olas de calor en España desde mediados del siglo XX.

Según el artículo antes citado, la ola de calor más importante en la Península y Baleares desde 1975 es la que se extendió desde el 30 de julio hasta el 14 de agosto de 2003. Tuvo una duración de 16 días –cuando la que la sigue sólo tuvo 8-, afectó prácticamente a todas las zonas geográficas y presentó una anomalía de 3,7ºC, muy poco por detrás de la de 1987 que fue de 4ºC. Esta ola afectó también a gran parte de Europa donde ha sido considerada una de las diez catástrofes naturales más importantes de los últimos cien años.

Otras importantes olas de calor desde ese año 1975 fueron las del 11 al 16 de agosto de 1987 con una anomalía de 4ºC y una temperatura máxima de ola de 37,5ºC; la del 8 al 11 de agosto de 2012 con anomalía  de 3,8 y 38,6 de temperatura máxima de la ola; la del 5 al 9 de julio de 1982 con anomalía de 3,5 y máxima de la ola de 38,5 o la del 17 al 24 de julio de 1995 con anomalía de 3,3ºC y máxima de ola de 39,1ºC.

Por lo que respecta a Canarias, algunas de las más significativas fueron las del 7 al 16 de septiembre de 1987 con una anomalía de 6,7ºC y una máxima de ola de 35,4ºC, la del 5 al 15 de agosto de 1976 con una anomalía de 6,1ºC y una máxima de ola de 35,3ºC, la del 23 al 29 de julio de 2004 con 6,9 y 36,2 o la del 25 al 27 de junio de 2012 con 7,1 y 39 si bien ésta sólo afectó a la provincia de Las Palmas.

Para los años comprendidos entre 1951 y 1975 y siguiendo otros datos de Rodríguez Ballesteros, pueden señalarse para la Península y Baleares, -tomando sólo las de duración igual o superior a cinco días- las del 20 al 25 de agosto de 1955, 30 de julio al 6 de agosto de 1957, 26 al 30 de agosto de 1962, 18 al 22 de julio de 1967 y 18 al 23 de julio de 1969. Del mismo modo en Canarias no aparece ninguna con duración superior a cuatro días, de modo que con tres puede señalarse la del 19 al 21 de agosto de 1966 y con cuatro la del 11 al 14 de julio de 1952.

Por otra parte, y a nivel puramente anecdótico, hay que hacer referencia a la que tradicionalmente se ha considerado la más importante ola de calor que ha afectado a la Península Ibérica: fue la registrada entre el 25 de julio y el 7 de agosto de 1876 cuando en Sevilla se anotaron 51ºC  el 30 de julio, si bien este valor concreto es actualmente muy discutido tanto por la instrumentación utilizada como por la forma de efectuar la medida

c)     Los mecanismos de una ola de calor

Salvo las situaciones de aumento de temperaturas regionales o locales provocadas por efectos tipo foëhn a los que más adelante me referiré, los períodos más o menos prolongados de temperaturas altas que pueden llegar a categorizarse como olas de calor en la Península Ibérica y Baleares están ligados al establecimiento en los meses de junio, julio o agosto de una gran cúpula de aire cálido –en términos más meteorológicos una dorsal anticiclónica- que se expande hacia el norte desde África. A veces su trata de una dorsal muy amplia que abarca desde Azores hasta Córcega y Cerdeña, mientras que en otras es menos amplia y más aguda. En el primer caso la estabilidad se extiende por todas las regiones durante bastantes días, mientras que en la segunda las zonas afectadas son menos, si bien la entrada cálida puede ser más intensa y avanzar más hacia el norte. Es en estas ocasiones cuando las anomalías positivas de las temperaturas alcanzadas son mayores, ya que la situación afecta a zonas usualmente más frescas.

Pues bien, en situaciones de este tipo son tres las causas que contribuyen al marcado ascenso de las temperaturas. La primera es la propia naturaleza de la masa aérea ya de por sí bastante cálida, tanto por su origen meridional como por los movimientos subsidentes en algunas de sus zonas que calientan el aire en su descenso hacia las capas cercanas al suelo. La segunda es la preponderancia de cielos despejados que dan lugar a una abundante insolación. Por último, la tercera es la estabilidad generalizada, que inhibe, o al menos dificulta mucho, los movimientos verticales del aire. De esta forma no se produce ningún tipo de ventilación y el aire en contacto con la superficie de la tierra se recalienta continuamente sin renovarse y aumentando por tanto su temperatura. Aunque por la noche cesa la radiación solar, la estabilidad permanece y, si bien se da un cierto enfriamiento nocturno, no es en absoluto suficiente para compensar el intenso calentamiento diurno. Si a todo lo expuesto se añade la normalmente prolongada duración de estas situaciones que a veces han llegado a extenderse a varias semanas, pueden comprenderse fácilmente el nivel de adversidad que a veces pueden alcanzar estos fenómenos.

En estos casos sólo aquellas zonas ubicadas en la costa o en zonas montañosas pueden tener un cierto alivio. En el primer caso, el aire cálido no suele estar en contacto directo con la superficie del mar, sino que suele existir sobre ella un cierto “colchón” de aire fresco y húmedo muy difícil de desalojar por la gran masa cálida; ello, unido al mecanismo de la brisa, provoca unas condiciones térmicas mucho más agradables. Sin embargo, esta masa más fresca tiene muy poca extensión vertical y horizontal, por lo que en cuanto se abandona la zona costera aparecen las condiciones de agobio térmico. Por lo que respecta a las montañas y a sus cercanías, el calentamiento y enfriamiento diferencial provocados por su presencia origina movimientos ascendentes y descendentes del aire a ciertas horas del día que ayudan a establecer una ventilación y por tanto un alivio. En el resto de las zonas sólo cabe esperar que una cierta desestabilización de la atmósfera provocada por la entrada de alguna pequeña onda con algo de aire frío en su seno, genere algunos movimientos ascendentes, de modo que la masa de niveles bajos se renueve, al menos parcialmente. En ese caso, como la humedad en las capas bajas es mínima no llegan a formarse nubes o si lo hacen tienen la base muy alta. No suelen aparecer tormentas y si lo hacen dan muy poca precipitación. Lo que sí pueden originar son bruscos descensos de aire desde el interior de la nube que, a su vez, pueden dar lugar de forma local y transitoria a fuertes ráfagas de viento que levantan gran cantidad de polvo del suelo dando lugar a una mayor sensación de sofoco. Este tipo de tormentas –cuando se dan- son las mal llamadas tormentas de calor a las que ya me referí en un  capítulo anterior.

La finalización de una situación de este tipo –y por tanto de la ola de calor- suele tener como causa la entrada de aire atlántico. Una posibilidad puede ser la llegada de una vaguada marcada en el seno de los ponientes que logra erosionar o desplazar hacia el sur a la cúpula anticiclónica. Otra, la llegada de una DANA que ha permanecido en situación semiestacionaria al oeste y que en un momento dado se pone en movimiento hacia el este. Tanto en una como en otra evolución suelen aparecer bastantes tormentas en el interior peninsular, salvo en el caso de que la circulación de viento asociada a la vaguada provoque tal cizalladura vertical que sea capaz de inhibir la formación de cumulonimbos. Si ocurre así se provoca un refrescamiento general sin precipitaciones que se hace más sensible a causa del viento que suele estar presente.

En el caso de dorsales estrechas y elongadas, existe la posibilidad de que sean erosionadas por su flanco oriental por una vaguada o DANA en circulación norte-sur, que trae al Mediterráneo aire fresco centroeuropeo, y que da lugar a una situación del viento del nordeste sobre la Península y Baleares. Como se trata de un aire frio y poco húmedo no suele provocar tormentas salvo en zonas costeras de Cataluña, Baleares y norte de la Comunidad Valenciana.

25 de junio de 2015

¿Ola de calor?..probablemente, pero... ¿hasta cuando?

Los últimos mapas de predicción probabilística no dejan ya lugar a dudas sobre la ocurrencia entre hoy jueves y, al menos, hasta el próximo martes o miércoles, de un periodo de temperaturas muy elevadas en gran parte de las regiones españolas. Si hacemos caso a la correlación que suele existir entre las temperaturas previstas a 850 hPa (unos 1500 metros de altura) a mediodía y las máximas en superficie, cabe pensar que, en los valles medios y bajos del Guadalquivir y del Guadiana, éstas puedan llegar a rondar el lunes o el martes los 43 grados, o incluso los 44 en algún punto. Al ocurrir todavía durante el mes de junio, es probable que esos valores se acerquen mucho a algunos récords del mes aunque su superación sería, en principio, difícil.

Pero, a mi juicio, lo más interesante, ocurre a partir del miércoles-jueves. Los modelos probabilísticos muestran para esas fechas un descenso de la predecibilidad de la evolución atmosférica que, hasta ese momento, ha sido muy elevada. Ello proviene de las dudas sobre el comportamiento final de una vaguada atlántica que se acercará a la Península. 


Mapas de 500 hPa para las 00UTC del jueves 2 de julio. Existen dudas sobre la evolución de la vaguada atlántica y de cómo afectará a la Península.  Aunque habría que consultar más productos, parece que la zona que se vería más afectada sería la mitad occidental penínsular, ya que la vaguada se dirigiría hacia el nordeste, más que hacia el Mediterráneo.
Lo que parece más probable es que afecte a la mitad occidental peninsular con tormentas y una cierta suavización de máximas y mínimas, excepto, quizás, en el cuadrante sureste peninsular. Pero, si las cosas ocurren del modo que apunta el modelo determinista,  -algo a  lo que no se opone del todo la visión probabilística- de nuevo, a partir del viernes, volverían las temperaturas muy elevadas en todo el interior peninsular. Es verdad que en la vertiente atlántica habría habido un par de días de relativo descanso, algo que es muy poco probable que se diera en el ya citado cuadrante sureste.

Y hablando de esa posible prolongación de las altas temperaturas: En la mayoría de las predicciones que se están difundiendo estos días, se especifica con suficiente detalle la evolución hasta el martes, dejando la predicción desde ahí en adelante, bastante más abierta. Me parece lógico, dado el nivel de incertidumbre existente. Sin embargo, teniendo en cuenta lo perjudicial que un periodo muy prolongado de temperaturas tan altas puede ser para la salud de muchas personas, o incluso para distintas actividades sociales...¿no sería bueno hacer un avance probabilístico de lo que cabría esperar para el resto de la semana que viene? No es muy difícil hacerlo contando con los posibles escenarios de evolución con sus probabilidades asociadas de los que no disponemos en Internet. En cualquier caso, supongo que, al menos, las autoridades sanitarias tienen esa información. 

Y de nuevo, como no,  se hablará -ya se está hablando- de ola de calor; y más ahora que ya existe una definición oficial por parte de AEMET:  Un episodio de al menos tres días consecutivos, en que como mínimo el 10 % de las estaciones consideradas registran máximas por encima del percentil del 95 % de su serie de temperaturas máximas diarias de los meses de julio y agosto del periodo 1971-2000. 

 Pues bien, esa condición básica de que las temperaturas máximas en, al menos un diez por ciento de los observatorios afectados, queden por encima del percentil 95 de su serie -aunque para su cálculo sólo se considere julio y agosto- durante, al menos tres días, parece bastante fácil que pueda cumplirse. Otra cosa es cómo se catalogaría según estos criterios la posible prolongación de la situación durante los primeros días de julio.