Tras muchos años dedicados a la predicción o a la comunicación del tiempo, tengo claro que la verdadera Semana Santa de los meteorólogos es justamente la semana previa, la que empezamos hoy. Llega ya, imparable, una “ola” que empezó a originarse una o dos semanas antes con comentarios como:
- - Ya se que es muy pronto… pero, ¿no me puedes dar una idea?
- - Seguro que ya sabéis algo…
- - Pues no se para que servís si no podéis dar una predicción para unos días de fiesta…
O aquella frase que intenta “sacar” algo aunque sea de manera indirecta:
- - Pues seguro que llueve el jueves y el viernes santo
Los meteorólogos capeamos esta semana dando la información disponible lo mejor que sabemos hasta llegar al domingo de Ramos cuando, de momento, baja algo la presión. Y a partir del lunes santo reaparece:
- - Oye, ahora sí que ya lo sabéis seguro, ¿verdad?
- - Pues si no habéis acertado para el finde…¡mucho vais a acertar para dentro de unos cuantos días! (aunque se haya acertado)
Se vuelve a hacer lo que se puede, se afina todo lo posible y se pasan los días críticos en plena oración para que las predicciones salgan más o menos bien pensando que, si es así, el lunes o el martes de Pascua nadie dirá nada, o a lo más aquello de:
- - Hombre, esta vez no se han equivocado mucho los meteorólogos
Y si sale mal, como dice un amigo mío, exagerando un poco: “Uno sabe que le espera el calvario”
A veces pienso que esto de las predicciones para la Semana Santa y el empeño para ver si los meteorólogos aciertan o se equivocan se ha convertido ya en un rito más de estas fiestas y que, si es así, no se puede hacer mucho.
En cualquier caso: ¿Cuál es el problema de fondo? El problema es que en primavera y salvo para algunas situaciones muy concretas, la atmósfera es muy poco predecible. Ello quiere decir –y me extenderé más en ello en otra ocasión- que las características que tienen las evoluciones atmosféricas en esta época hacen que los modelos no puedan ofrecer predicciones útiles más allá de tres o cuatro días como mucho. Eso no quiere decir que la predicción hasta 10 o 15 días no exista pero que la probabilidad de que coincida con la realidad posterior es muy baja, a veces casi inexistente.
Pero, además de este problema puramente científico, existen otros dos: uno de comunicación y otro de percepción. Por una parte las personas reciben por los distintos medios y comentarios de la calle casi un bombardeo de informaciones y valoraciones con frecuencia distintas entre ellas. Y por otra: hay personas a las que una lluvia de quince minutos les estropea el día y juzgan severamente a los predictores mientras que para otras eso no ha supuesto el más mínimo problema porque el resto del día ha lucido parcialmente el sol, lo han disfrutado y su juicio es mucho más benévolo.
¿Hay solución para todo esto? En buena medida, sí: no pedir a los meteorólogos que vayan más allá de la verdad “científica” y que éstos la sepan comunicar tal como es. Cualquier predicción es una probabilidad y eso siempre lo hemos sabido. Sin embargo, desde hace unos años tenemos métodos para cuantificar esa probabilidad y sobre todo conocer cuales son los tres o cuatro escenarios básicos que pueden presentarse seis u ocho días antes y que se reducen a uno, o a lo sumo dos, un par de días antes de la fecha en cuestión.
Para hacerlo, la dificultad que se presenta es doble: primero que el público se acostumbre a aceptar ese tipo de información como la mejor que puede recibir. La segunda, como ya apuntaba antes, que los meteorólogos sepamos contarlo bien para que sea entendida adecuadamente, ya que presenta algunas dificultades de comunicación. Es verdad que hemos iniciado de algún modo este camino pero todo el esfuerzo que se haga en este sentido, tanto de investigación, como de comunicación y de divulgación ( una vez más: ¿para cuándo un buen programa semanal de meteorología en la tele?) será muy útil para la sociedad, mucho más allá de este singular tiempo de “pasión”.