A los meteorólogos nos preocupan las circulaciones o los fenómenos atmosféricos que se quedan estacionarios sobre un mismo espacio geográfico. La persistencia de la nieve, de la lluvia, del frío o del calor puede provocar por acumulación fenómenos adversos para la población. Un ejemplo relativamente frecuente es el de las tormentas. Si ya el paso de una tormenta sobre una localidad puede dar lugar a cantidades importantes de lluvia, cabe imaginar lo que puede suceder si la tormenta permanece sobre la misma zona, regenerándose sobre ella durante una o dos horas. En este caso solemos decir que se trata de una tormenta “anclada”. Tormentas de este tipo fueron las que provocaron por ejemplo la catástrofe del camping de Biescas o algunas inundaciones en la isla de Tenerife.
Otro fenómeno de mucha mayor escala donde la persistencia es fundamental es el de las olas de calor. Se producen normalmente ligadas a anticiclones en todos los niveles de la atmósfera que se quedan prácticamente estacionarios durante varios días sobre una amplia zona geográfica. En esa situación se suman varios efectos. Por una parte el propio aire de la masa anticiclónica es ya por su propia naturaleza bastante cálido; por otra, al estar el cielo despejado, la insolación es muy fuerte y por si fuera poco la estabilidad que lo acompaña no permite que el aire que se recalienta en contacto con el suelo pueda moverse verticalmente, renovarse y ventilar ese espacio geográfico. Si a eso se añade que con alguna frecuencia existe en niveles bajos un débil flujo de aire muy cálido del sur o sureste, la ola de calor está asegurada.
Esta configuración que acabo de describir se da con frecuencia en situaciones denominadas de “bloqueo”. En ellas la circulación del chorro, ese gran “río aéreo” que circunda los hemisferios se encuentra muy ondulada formando pronunciadas “crestas” o “dorsales” y profundos “senos” o “vaguadas”. En las dorsales aparecen los anticiclones y en el interior de las vaguadas las borrascas frías o al menos zonas de aire muy inestable. Este tipo de configuración atmosférica es muy persistente y está ligado, como comentaba más arriba, a situaciones propicias a los fenómenos adversos de uno u otro tipo.
El problema de los “bloqueos”, de las causas de su formación y de su ruptura no están todavía del todo resueltos por la moderna meteorología y existe una cierta sensación de que se producen cada vez con más frecuencia e intensidad. La ola de calor del 2010 en Rusia, la del 2003 en Europa occidental o la muy reciente de marzo de este año en Estados Unidos han estado en mayor o menor medida ligadas a situaciones de bloqueo. Es muy interesante por tanto a este respecto el reciente artículo de Francis y Vavrus publicado en Geophysical Research Letters . En él se demuestra una relación entre el incremento de temperaturas en el Ártico, un debilitamiento de los vientos del oeste en niveles altos y una mayor amplitud y lenta propagación de las grandes vaguadas y dorsales. Si ello es así lo que nos quiere decir es que, de algún modo, el aumento de temperaturas del Ártico estaría dando lugar a un chorro más debilitado, formando más meandros y con más facilidad para formar “bloqueos” o al menos a movimientos muy lentos de grandes anticiclones o borrascas frías. A su vez ello provocaría, como comentaba anteriormente, una mayor facilidad para la aparición de fenómenos adversos como olas de calor o lluvias persistentes. Sería un ejemplo más de como el calentamiento global puede desencadenar más fenómenos extremos en el planeta.