23 de abril de 2012

El tiempo y la incertidumbre


“La duda no es una condición placentera pero la certeza es absurda”
                                                                                         Voltaire

Una vez más se ha cumplido un rito ya tradicional de la Semana Santa: las críticas a los hombres y mujeres del tiempo por supuestos fallos de predicción  en este periodo festivo.  En principio no eran muy de esperar porque ha existido un consenso bastante amplio en considerar que han sido acertadas o al menos bastante aceptables… pero la tradición es la tradición y aunque, ni mucho menos de forma generalizada, ahí han  estado de nuevo.

¿Es necesario seguir con todo esto? ¿Hay que seguir considerando a “los del tiempo” como “hechiceros de la tribu” y esperar a ver si los dioses los acompañan en sus cábalas y adivinaciones? Y si no es así: ¿hay que echarlos a la hoguera? Pues no, no parece necesario. Estamos en una sociedad más civilizada y científica y cada vez es también más posible apoyarse en esa ciencia para disponer de una información objetiva y muy útil….aunque, si lo hacemos  perderemos ritos y hechiceros, eso es verdad.

Desde siempre los meteorólogos hemos sabido que cualquier predicción es una probabilidad de que ocurra una situación atmosférica concreta pero nunca es una certeza. Voy a referirme, aún a costa de ser reiterativo para algunos lectores, a las razones de ello.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la atmósfera es un fluido con un comportamiento caótico y altamente no lineal. Quiere decirse que, debido a esas características y a la forma en que hay que resolver las complejas ecuaciones matemáticas que la describen,  nunca, ni en las condiciones más ideales, podríamos tener una predicción exacta de su comportamiento futuro, incluso ni para el plazo de minutos. Su comportamiento depende muchísimo de la situación de partida y pequeñas diferencias en la misma pueden conducir a resultados muy distintos. Así, un error de unos pocos metros por segundo en la determinación de la velocidad del viento o de unas décimas de milibar en la de la presión puede conducir a obtener resultados previstos que tengan muy poco que ver con la evolución real.  Para acercarnos lo más posible a ese “análisis”,  a esa situación de partida ideal, tendríamos que hacer observaciones muy completas con un detalle espacial y temporal altísimo, imposible en la práctica y con un costo económico inasumible.

Pero aún hay más: la física de la atmósfera es tan compleja que no la conocemos aún en todo su detalle y por tanto no podemos hacer modelos físico-matemáticos tan perfectos como querríamos. Así por ejemplo, los mecanismos de la precipitación son tan complejos, sobre todo en situaciones tormentosas, que son dificilísimos de reproducir con fidelidad por el modelo matemático más sofisticado de modo que para determinar las características y cantidades de lluvia que pueden esperarse hay que recurrir a cierto tipo de aproximaciones o compromisos que no responden del todo a la realidad.

Por todas estas razones las predicciones no pueden ser exactas y ello no es culpa de los meteorólogos sino de que nuestra atmósfera y nuestra ciencia son como son. ¿No hay solución a todo ello? En buena  medida sí… si estamos dispuestos a ver las cosas de forma un poco distinta.

Hasta hace doce o trece años los meteorólogos sabíamos que la evolución que nos ofrecían los modelos era una situación que podía ocurrir probablemente…pero ¿cuánto de probable era?,¿qué otras alternativas existían y que probabilidad tenían de ocurrir? Pues, con toda sinceridad, salvo alguna intuición personal, ni idea.

Sin embargo, hacia mediados de los 90, se pusieron a punto unas técnicas matemáticas denominadas “ensembles” o “conjuntos” que “juegan” con algunas de esas fuentes de error a las que antes me refería de una forma que sería prolijo describir ahora y que nos permiten cuantificar la probabilidad de que se produzca una situación concreta o de que se produzcan otras con rasgos más o menos distintos.  Y del mismo modo, nos permiten conocer, no sólo la probabilidad de que llueva o haga viento, sino también la probabilidad de ocurrencia de los distintos valores de estos fenómenos que pueden esperarse. Y eso puede estar disponible para cualquier punto  del planeta y para diez días de plazo de predicción. Naturalmente, cuanto más cerca estamos en el tiempo, mas certidumbre y menos escenarios posibles hay y cuanto más nos alejamos, mas aumenta la incertidumbre. Pero lo interesante es que está cuantificada y además que no hay nada subjetivo en todo el proceso. Esta información es la mejor y la mayor “verdad” que la ciencia nos puede ofrecer en predicciones desde unas horas hasta 10 o 15 días. Se está utilizando ya para algunos usuarios específicos y para aplicaciones tan importantes como las posibles trayectorias de los huracanes. Además, parte de ella figura ya en forma de mapas en algunas páginas de Internet. Si se quiere conocer con mas detalle las técnicas "ensemble" puede visitarse este interesante módulo Comet del UCAR norteamericano

Si estas informaciones se utilizaran de forma habitual para el gran público se acabarían las equivocaciones de los meteorólogos y desaparecerían  los hechiceros…pero hacerlo así tiene un coste: tendríamos que aceptar a la incertidumbre  y tomar nuestras propias decisiones en función de la mejor información que la ciencia nos puede  dar. Como eso es algo que sociológica y psicológicamente nos cuesta y además habría que hacer algunos trabajos preparatorios y decidir algunas alternativas, solemos tomar la solución aparentemente más sencilla. Presentamos la evolución que en principio parece más probable – lo malo es cuando hay dos o tres igualmente probables- y se hace “certeza” de lo que sólo es una posibilidad entre otras. Hacer ésto es una opción que puede ser aceptable, pero desde luego debemos ser conscientes de que no aprovechamos toda la información disponible y que, de alguna manera, no facilitamos una toma de decisión “adulta” a quienes pudieran desearla.

Naturalmente éste es un tema controvertido a nivel mundial en el campo de la comunicación meteorológica. Indudablemente, la transmisión de esa información de forma generalizada debería ser muy cuidadosa para que sea bien entendida y utilizada. Sería necesario un trabajo conjunto previo de meteorólogos, comunicadores y expertos en ciencias sociales porque hay que estudiar como “formar” al público, como presentar de forma sencilla esa información, como evaluar su utilización e incluso cuando debe darse de una manera u otra. En cualquier caso creo que merece la pena intentarlo porque seriamos más objetivos y rigurosos y quizás contribuiríamos también a una sociedad un poco más  madura. De hecho, Voltaire se alegraría. Eso sí, ¡nos perderíamos una buena tradición de Semana Santa!

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