Los meteorólogos no nos cansamos de repetir que la primavera es la época del año con más dificultades de predicción…o como se diría más técnicamente: cuando es menos predecible. Hay quienes piensan que decir eso es una forma de “protegerse” en unos meses que abundan celebraciones y festejos al aire libre y el público está muy interesado en ver si las va a poder llevar a cabo “dentro o fuera” o si le merece la pena hacer un determinado viaje. Pero no, no es “protección”. Hay razones científicas para decir lo que decimos.
Intento explicarlo con la mayor sencillez posible. Para comenzar quiero recordar la frase que me decía hace ya varios años un veterano labrador tratando de disculpar los errores de las predicciones:
Claro…ustedes hacen una predicción…pero… ¡si luego les cambia el viento…!
Indudablemente las cosas no son como él pensaba porque los modelos de predicción ya pronostican los cambios de viento al igual que otras variables de la atmósfera como la presión, la temperatura o la humedad y además todo ello de forma coordinada…pero algo de razón tenía. Y tiene que ver con esa “predecibilidad” de que antes hablaba.
Para hacer una predicción científica, sea al plazo que sea, se necesita partir de la situación real de la atmósfera en un momento dado y a partir de ahí, mediante ecuaciones matemáticas que describen leyes de la Física, calcular el posible estado futuro de la atmósfera. Naturalmente, si todo fuera perfecto, las predicciones serían perfectas a cualquier plazo. Pero no es así. Veamos de donde pueden surgir los errores.
Una primera fuente de error está relacionada con la calidad de la situación “real” de que se parte. La red de observación mundial es amplia y potente: estaciones automáticas, radiosondeos, satélites, radares… Sin embargo, aún con todo ello, a veces la “foto” de ese estado de partida sale “movida”. Y si hacemos cálculos a partir de algo que ya no es correcto los errores crecerán con el paso del tiempo y la predicción fallará.
Otra fuente es la calidad de los modelos matemáticos con lo que se hacen las predicciones. Han evolucionado de forma increíble en los últimos 20 años pero no son perfectos. Es como si ese futuro estado de la atmósfera, sobre todo si tiene unas determinadas características, lo vieran con una cierta miopía y no pudieran ajustar bien la mirada. Los “bultos” están claros pero no todo el detalle.
Y la tercera fuente e importantísima: la naturaleza física de los movimientos atmosféricos. Son de naturaleza caótica y eso quiere decir que pequeñísimos cambios –o errores- en la condición de partida pueden dar lugar a evoluciones muy distintas entre ellas.
Pues en primavera se nos junta todo: la atmósfera está pasando de su configuración de invierno a la de verano y ello se caracteriza por la aparición en su seno de distintos tipos de perturbaciones, de “remolinos” de tamaños muy diversos, a veces muy pequeños, que pasan con frecuencia desapercibidos por todos nuestros sistemas de observación por muy potentes que sean. Además, como en primavera la atmósfera, justo por esa transición, suele ser especialmente caótica, - lo es menos en el resto de las estaciones- esos “remolinos” crecen rápido y perturban mucho los movimientos básicos que los modelos habían previsto, llegando incluso a convertirse en borrascas muy activas en poco tiempo.
De este modo, a los tres o cuatro días de predicción, la realidad se parece muy poco a lo que se había previsto. Y por último, cuando además ese tipo de situaciones pueden dar lugar a chubascos y tormentas es cuando los modelos se vuelven más miopes: “ven” que va a haber tormentas pero no son capaces de predecir con todo detalle a qué hora y en que sitio va a llover y qué cantidad va a caer.
De todo ello provienen las reticencias de los meteorólogos en primavera. Pero todo esto no es una visión pesimista; todo lo contrario. Hemos avanzado de forma increíble y además de nuestras “debilidades” científicas hemos desarrollado fortalezas y ahora sabemos a priori que nivel de predecibilidad tenemos cada día. Algún día me referiré más despacio a ello. Pero ahora, ya para acabar, sólo quiero retornar al labrador y modificar ligeramente su frase para que quede perfecta:
Claro…ustedes hacen una predicción…pero… ¡si luego se les cuela un remolino…!